El nombre Darjeeling, ciudad del estado indio de Bengala Occidental situada a los pies del Himalaya, se obtiene de la combinación de dos palabras tibetanos – Dorje (rayo) y ling (lugar) -, que se traducirían como «tierra del rayo «. Sólo para llegar allí, en Darjeeling es evidente una interesante mezcla de culturas, donde la gente del Tíbet y Nepal se unen.
Aunque caminando por la ciudad, observo el evidente peso que tiene la industria del té, la cual comparte protagonismo con el ferrocarril Himalaya Darjeeling, medio de transporte que, en 1999, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, y que, aún hoy, trabaja con uno de los pocos motores de vapor restantes en la India.
En las plantaciones, ubicadas a más de 2.000 metros de altura, el té Darjeeling es una de las variedades más valoradas del mundo. Las colinas son el hogar de las granjas de arbustos, bien podados y alineados. Manualmente, y en silencio, los coleccionistas toman una a una las hojas del té. Esta misma escena se repite una y otra vez a lo largo del año y, en función de cual sea la época de recolección, el té resultante es más o menos oscuro, más o menos astringente, más o menos dulce…
La presencia del cultivo de la hoja de té en este territorio se remonta a mediados del siglo XIX, coincidiendo con el desarrollo impulsado por la presencia británica en la zona. Los cultivadores autóctonos desarrollaron híbridos especiales de té negro y técnicas de fermentación que dieron lugar a muchas de las mezclas que, hoy, consideramos las mejores del mundo.
Después de observar este proceso tan artesanal, tomo el ferrocarril que conduce a la ciudad, donde se pueden visitar las casas de té que están esparcidas por toda la población. Las variedades y los gustos de las infusiones son tantas y tan diferentes que escoger una es una tarea laboriosa y … casi imposible.