En la estación de trenes Nanu Oya, situada a unos 27 km de Sri Lanka, me espera un ricksahaw, un carruaje ligero de dos ruedas, el cual, en esta ocasión, es estirado por un joven autóctono.
Una vez en el vehículo – bastante común en los países asiáticos -, comenzamos el viaje que nos llevará a las vastas plantaciones de té en la isla.
Seguimos un camino lleno de rincones sutiles e inesperados, lo que nos acerca a las plantaciones de té verde.
Nos rodea el verde de las plantaciones de té, una extensa superficie que abarca cientos de hectáreas, en las que, a medida que avanzamos, se distinguen los colores vistosos de los atuendos de las tea pluckers, mujeres que recogen a mano, una a una, las hojas con las cuales se fabrica uno de los tés más valiosos del mundo: el Ceilán.
Equipadas con unas cestas atadas a la espalda con cordeles y con el tercer ojo pintado en la frente, que nos recuerda su origen tamil, las tea pluckers recogen, de forma extremadamente ágil, las hojas más adecuadas para la preparación del té. A lo largo del día, cada vez que la canasta está llena, se produce la misma operación de vaciado, que consiste en depositar las hojas recogidas en la maquinaria de procesamiento.
Realizada la cosecha diaria, después de terminar el día, me acerco a la tienda de la plantación para probar finalmente las hojas cosechadas. Resulta de lo más placentero, tomar una taza de Ceilán, contemplando la magnífica imagen de las plantaciones. Un verdadero oro líquido, cada sorbo, un placer; el delicado movimiento de la cuchara, un aliento de aromas y sabores.